martes, 4 de octubre de 2011

Estoy en una sala llena de gente, grito y grito pero nadie es capaz de oírme; ni si quiera levantan la cabeza. Me siento pequeña e insignificante. El lugar es frío, están todos serios, nadie sonríe y ni se miran.
Hay un silencio sepulcral que inunda la sala y yo ahí, en el centro de todos ellos pareciendo insignificante. 
A simple vista estoy bien, pero por dentro el miedo me mata, estoy completamente rota y nadie puede consolarme. 
Pasa el tiempo pero justo cuando pierdo la esperanza alguien levanta la cabeza y me mira, el corazón se me acelera, me brillan los ojos... Alguien puede escucharme, consigue sacarme de mi mundo tristeza, me toma de la mano y me enseña a ser feliz.